Son un conjunto de los escritos del artista estadounidense
cuyo pop art y graffitis surgieron de la cultura callejera de la ciudad de
Nueva York en los años ochenta. Escritos entre 1977 y 1989 (desde que tenía diecinueve
años y hasta poco antes de su muerte). La iniciativa de publicar estos diarios
en 1996 se debe a Julia Gruen y a David Stark, de la Fundación Keith Haring,
que han contado con la ayuda de Ellen Williams y de David Stanford, de la
editorial Viking Press. Para facilitar la lectura, no se ha indicado cuándo se
ha dejado texto sin re producir. Las elipsis y la disposición de los textos en
el libro reflejan el modo de escribir del propio Keith Haring.
Keith Haring nació en 1958 en Pensilvania y murió en 1990 de
complicaciones relacionadas con el SIDA. Comenzó su actividad artística
dibujando graffitis en las paredes del metro de Nueva York y acabó siendo
considerado uno de los artistas más destacados de la cultura pop de los años
ochenta. Hijo de un dibujante de cómics, estudió arte en Pittsburg a partir de
1976 y sólo dos años más tarde realizó su primera exposición individual de
dibujos abstractos. Poco después se trasladó a la ciudad de Nueva York, donde
se matriculó en la Escuela de Artes Visuales. En 1979 pintó un inmenso cuadro
sobre papel en un estudio improvisado en la calle. Lo hizo en veinte segundos.
Los transeúntes se agolparon a su alrededor y el acto artístico al completo fue
filmado en video. Entre 1980 y 1989 su actitud provocadora y su pintura
aparentemente simple, pero de fuerte capacidad expresiva, conquistó a la
crítica mundial. Haring participó durante estos años en las exposiciones y
bienales de arte internacionales más importantes. Pintó con la misma pasión
murales en Tokio, Atlanta, Melbourne y aceras, tazas o camisetas, inspirado en
el concepto del «arte para todos», que heredó de Andy Warhol. Sus
características figuras, fácilmente reconocibles, se convirtieron en un icono
de la cultura de masas finisecular. Keith Haring se enfrentó al Sida a partir
de 1989 con una verdadera furia creativa.
El lector de sus diarios podrá
seguirlo en sus numerosos viajes de Nueva York a París o Tokio, siempre tras la
concreción de nuevos proyectos. También se comprometió en la lucha contra el
sida y creó la Fundación Keith Haring, una entidad no lucrativa dedicada al
desarrollo de un amplio número de programas sociales. Los Diarios de Haring
impresionan, así, por la vitalidad de la que se hacen eco, por su explosiva
contemporaneidad por el humor de algunos pasajes y por la seriedad de aquellas
anotaciones -a menudo breves, pero intensas- sobre el arte, la vida y la
muerte.
Los diarios documentan cómo este enfant terrible de la
escena internacional se dedicó a estudiar la tradición del arte, valorar la
obra de los pintores contemporáneos más grandes y, a un mismo tiempo, buscar
con fervor su propio camino. Haring refleja en estos pasajes su desarrollo,
influido tanto por Matisse, Alechinsky o Léger como por el antiguo arte de los
jeroglíficos egipcios o los medios de comunicación de masas. Otra fuente de la
que se nutre es la sexualidad: su pintura, dice él, es energía sexual
transformada. Estos escritos íntimos son, a un mismo tiempo, diario de notas,
espacio de reflexión, espejo del arte de los ochenta y, también, confrontación
con la temática de la homosexualidad y el sida. Keith Haring nos lega con ellos
los pensamientos que ocuparon a uno de los artistas más espectaculares de la
tardía cultura pop.
De acuerdo con los
comentarios que hace el propio Keith Haring en sus diarios, es evidente que
esperaba que alguien llegara a leerlos. Keith Haring dejó decenas de cuadernos
manuscritos e ilustrados con dibujos, que incluían una gran variedad de
materiales, desde largas reflexiones sobre la obra en curso de elaboración
hasta mínimas anotaciones, bocetos, citas y relaciones de lecturas. Algunas
anotaciones se centran en su trabajo, mientras que otras lo hacen en las
relaciones que Keith Haring mantuvo con otras personas y en las situaciones de
su vida cotidiana. A medida que su carrera progresaba y que su vida se volvía
más complicada, Keith Haring iba escribiendo cada vez menos muchas veces lo
hacía en la tranquilidad de los aviones y, como consecuencia, existen vacíos
cronológicos importantes. En algún momento se han añadido textos que Haring
había escrito con otro objetivo y que permiten restablecer una continuidad en
la información.
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